La escena aconteció en un país pobre, donde la casi totalidad de la población depende del transporte colectivo para poder trasladarse de un lugar a otro.
Fue durante una época de crisis en el transporte. En las paradas de los autobuses (urbanos) estaba amontonada la gente. Los pocos autobuses que quedaban transitando pasaban llenos y sin obedecer a horario alguno.
Ya José llevaba varias horas esperando en una parada cuando por fin llegó un autobús repleto que se detuvo para que bajasen algunos pasajeros, pero las varias docenas de personas que comenzaron a disputarse la oportunidad de subir, hacían imposible que José pudiese llegar a la puerta del autobús. De pronto se oyó la voz del conductor que gritaba: “¡El de atrás viene vacío!”. Al oír estas palabras la gente dejó de empujarse unos a otros, y los más corrieron hacia atrás, en busca de los primeros lugares en la fila de espera, dejando así un tanto despejado el camino hacia la semicerrada puerta que tenían delante, oportunidad esta que aprovechó José para echar mano a la agarradera y subir al vehículo, aunque no sin dificultad.
Una vez arriba, José se enteró que aquel era el último autobús que circularía por la ruta durante el resto del día; no obstante, en cada nueva parada a que llegaban, y ante el mismo espectáculo, el conductor gritaba la misma mentira: “¡El de atrás viene vacío!”.
Ya en casa, después de bañarse y haber comido, José comentaba con su esposa acerca de la buena suerte que había tenido aquel día al haber podido regresar en el último autobús, y ambos se preguntaban en tono compasivo, cómo se las habrían arreglado para llegar a sus casas los que creyeron la mentira del conductor, los que creyeron que en «el de atrás» viajarían más cómodamente, resultándoles que, después de otras largas horas de espera, «el de atrás» nunca les llegó.
Algunas personas, atrapadas en las huecas filosofías del materialismo, han llegado a creer que con el último aliento ellos habrán de terminar para siempre. Ellos tratan de acallar el testimonio de sus conciencias en todo lo que se refiere al más allá, limitando las esperanzas de la vida a la brevedad de la existencia corporal. Pero otros, conscientes de que así como la materia que compone el cuerpo habrá de transformarse sin dejar de ser los mismos elementos que la constituyen, creen que también la parte inmaterial del hombre está sujeta a la transformación, pero no al aniquilamiento.
Con respecto a esto la santa Palabra de Dios declara:
"Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua." Dan.12:2.
"... está establecido a los hombres que mueran UNA VEZ, y después el juicio." Heb.9:27.
"Por cuanto [Dios] ha establecido un día, en el cual ha de juzgar al mundo con justicia." Hech.17:31.
"Porque es menester que todos nosotros parezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba lo que hubiere hecho por medio del cuerpo, ora sea bueno o malo." 2Cor.5:10.
Siendo esto así, ¿no es más que razonable interesarnos por el destino eterno del alma humana? Sí, porque Dios quiere que todos los hombres se salven (1Tim.2:4), y por eso Jesucristo, el Juez insobornable, es también ahora nuestro abogado defensor (1Jn.2:1); pero Jesucristo no vino para salvar a su pueblo en sus pecados, sino para “salvar a su pueblo de sus pecados”, que no es lo mismo (Mat.1:21), y por eso Él dijo:
"Entrad por la puerta estrecha: porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a perdición, y muchos son los que entran por ella. Porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan." Mat.7:13 y 14.
¿Por qué es estrecha la puerta y también el camino hacia la vida eterna? Porque a los hombres no nos es fácil reconocer nuestros pecados y errores, ni humillarnos para pedir perdón a Dios. Porque a los hombres, sin el auxilio del Espíritu Santo, les es imposible sujetarse a los 10 Mandamientos de la Ley de Dios para no seguir cometiendo los mismos pecados por los cuales han tenido que pedir perdón (Rom.8:7-9).
La voluntad de Dios es que todos los hombres se salven, y esta salvación a todos es ofrecida por medio de Jesucristo en forma gratuita, pero no quiere esto decir que a todos, ande cada uno como ande, sin excepción a todos se nos hará salvos. Los cobardes, los indiferentes, y los que no buscan el auxilio del Espíritu para dejar la ancha senda pecaminosa quedarán fuera. Por eso la voz de Jesucristo resuena firmemente:
"Porfiad a entrar por la puerta angosta; porque os digo que muchos procurarán entrar, y no podrán." Luc.13:24.
¿No recuerdan esas palabras la escena que vivió José cuando trataba de llegar a la puerta del autobús? Y el conductor mentiroso, ¿no es semejante a los falsos maestros? Sí, no son dignos de confianza los que entretienen a los hombres hablándoles de «otra oportunidad después de esta vida». Ese engaño ha hecho que muchos desistan de porfiar a entrar por la puerta estrecha, ahora que se dice hoy.
"...he aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salud [o salvación]." 2Cor.6:2.
La salvación del alma es un asunto muy importante. Nadie debe condicionar su salvación a las velas, ruegos o ceremonias que los demás ofrezcan en su favor después que haya muerto. Nadie debe confiar en la falsa doctrina de la reencarnación, creyendo que tendrá la oportunidad de volver a la vida muchas veces. Necios son los que piensan que ahora pueden vivir como les dé la gana; y que después, en otras vidas, tendrán la oportunidad de rectificar. Dios ha establecido que los hombres mueran una sola vez, y después sean juzgados.
Bienaventurados los que echan mano ahora a la vida eterna, no creyendo las mentiras de los que quieren hacerles confiar en futuras oportunidades, pues son semejantes al conductor que decía: “EL DE ATRÁS VIENE VACÍO”.
Ob. B. Luis, Zitoon Yerbanís, diciembre de 1986.
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